20 de enero de 2011

Ustedes deben elegir, si desean un predicador colega... o una espina clavada en el pie!!


¿Quieres oír una historia fascinante? ¿Qué opinas acerca de sentarte en una cómoda butaca de cine y deleitarte con el largometraje que se perdieron de filmar los mejores guionistas de Hollywood? Siéntate y observa.

El hombre espera en la quietud de la celda. Una molesta gotera golpea sobre la áspera piedra. El calor es agobiante y denso, pero a esta altura de las circunstancias, la temperatura es lo que menos importa. Las moscas lo invaden todo sin piedad, pero no tiene sentido espantarlas; al fin y al cabo, pueden llegar a ser la única compañía digna de apreciar. Los demás presos observan al hombre con recelo. Acechan. Para ser honesto, los últimos meses  fueron pésimos para el callado prisionero. Sus hermanos lo odian con todo el alma y le tendieron una trampa; una clásica rencilla familiar que terminó en tragedia, en viejos rencores arraigados.




El hombre es apenas la sombra de aquel muchacho que solía lucir un impecable traje de marca italiana, con un delicado toque de perfume francés. Ahora viste harapos, una suerte de taparrabo. Se comenta en la celda, que está marcado por la desgracia. Pudo haber sido libre, llegó a trabajar como mayordomo para un importante magnate. Pero los comentarios afirman que quiso propasarse con la bellísima mujer del millonario.
En su momento, negó la acusación, pero «no pretenderá que creamos que fue ella quien lo acosó se-
xualmente», opinan.

«Si fuese como él dice, debió haberse acostado con ella», afirma un viejo recluso apodado «el griego», «una noche de lujuria le habría otorgado su pasaporte a la libertad».

El misterioso hombre sigue recostado sobre una de las paredes sucias de la prisión. Parece que supiera algo que los demás ignoran. Como si tuviese un hábil abogado que apelará su condena, o como si presintiese que la muerte está cerca y le aliviará tanto dolor injusto. Sonríe en silencio, sin alboroto. Técnicamente está muerto, sin esperanza. Pero ya no siente el calor ni le molestan los grilletes. Es como si pudiese ver tras los enmohecidos muros de la celda. Los demás presumen que está al borde de la locura. Pero el hombre espera como aquel que sabe que aún puede cambiar su estrella.

Toma la celda como parte del plan, como el último escalón hacia tu destino.

Las chirriantes puertas de acero se abren de golpe y dos guardias entran en escena. Buscan al hombre. Unos de los guardias tiene una voz gutural: «Faraón quiere verte, ha tenido un sueño y dicen que tú sabes revelarlos».

El prisionero no se sorprende. Sube los peldaños que lo alejarán para siempre de la celda, en silencio. Reclusos, observen la espalda de este hombre, contémplenlo mientras se aleja.
Si tienen  la  fortuna de estar vivos, la próxima vez que lo vean, lo encontrarán con vestimenta de rey,
lucirá como Faraón. El magnate maldecirá haberlo despedido. La mujer confesará que lo acusó por despecho, injustamente. Y su familia se arrojará ante él, para implorarle misericordia. Los presos lo convertirán en leyenda.

«Yo lo conocí cuando era un don nadie, y se sabía que iba a llegar lejos, siempre lo supe», alardeará y mentirá «el griego».

José gobernará  la  nación, ocupará el sillón presidencial y administrará los graneros de Egipto. Aprenderá a ganar, experimentará el sabor de la victoria. 


Solo necesitas seguir entero por dentro, con espíritu inquebrantable. Con corazón de león. Y tomar desprevenidos a los fotógrafos que solo se dedican a observar las primeras figuras. Los comentaristas y las comisiones de ética opinarán que no se explican de dónde pudiste haber salido, no tienes trayectoria, estabas muerto. Ellos esperan que se incendie un ciprés, pero arde la zarza. La lógica sostiene que mueras como un pescador de un remoto Capernaúm, pero sanas enfermos con la sombra. Colocan las cámaras y los móviles
de televisión para hacer una gran transmisión satelital desde el palacio, pero el rey decide nacer en un establo.

«Ustedes pueden negarme un diploma del seminario bíblico. Pueden impedir que sea un predicador con credenciales, pero seré predicador en el corazón. No pueden quebrar mi voluntad, no pueden detener a un huracán. Siempre estaré allí. Ustedes deben elegir, si desean un predicador colega... o una espina clavada en el pie».

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